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sábado, 22 de noviembre de 2008

EL HORNO NO ESTA PARA GALLETICAS



EN PLURAL
El horno no está para galleticas

Yvelisse Prats-Ramírez de Pérez


“Arde el PLD”. “Miguel Vargas anuncia candidatura”. “Vicepresidentes del PRD advierten violación de estatutos”. “Se agrava crisis en el PRSC”. Los titulares de los periódicos encienden una luz roja que marca un “detente” para reflexionar. Empiezo, con toda la carga de autocrítica que sea necesaria.

Pero bueno, políticos, ¿es qué no nos estamos dando cuenta de que el horno mundial está caliente, pero no para galleticas y mucho menos para estas tan insípidas e indigestas, que demuestran la impericia de los cocineros partidarios, nuestra desubicación casi autista en el espacio y el tiempo en que vivimos? El mundo entero se sacude en el final de este año en el que la historia anuncia que no ha muerto, desmintiendo así a Fukuyama.

El neoliberalismo, ese sistema antihumano que primó varias décadas como receta infalible, camino único e irreversible, axioma económico, social y cultural irrebatible, muestra las grietas profundas, por los que asoman como fantasmas revividos, las víctimas. Esos fantasmas nos hacen gestos advertidores, en el punto de inflexión en que la historia se encuentra ahora decidiendo hacia donde se enrumba. Nos muestran los millones de seres humanos y las desvencijadas naciones que sucumbieron aplastados por el fuerte Goliat a quien no habían logrado hasta ahora hacer mella las piedrecillas valientes de los que a él nos oponíamos. Pero el gigante tenía un cáncer que ha ido carcomiendo su cuerpo, desde dentro: la inhumanidad. Porque un sistema de vida no puede concebirse y aplicarse perennemente si se basa en la muerte, sin admitir siquiera las posibilidades de la resurrección a otra vida distinta. La desaparición del Estado, el aniquilamiento de los países débiles, sin recursos para competir en el Gran Mercado signado por el dominio de la tecnología y la opulencia, no podían ser los designios duraderos que rigieren el mundo.

El neoliberalismo es contrario a la Declaración de los Derechos Humanos, a todas las definiciones y prácticas de la democracia, a la esencial mismidad del ser humano que busca a tientas compañía; sobre todo, viola la ley divina del amor, en sus secuelas positivas de solidaridad, equidad y justicia. No en vano, el Santo Padre Juan Pablo II, lo calificó de capitalismo salvaje, exorcizando con ese apelativo sus dos categorías gramaticales, el sustantivo y su adjetivo.

Por ser así, implacable, negador de la frágil otredad, arrogante en sus asociaciones de individualidades sin fisura, (Margaret Thatcher y Reagan, se sentaban juntos para fastidiar al resto del mundo), el neoliberalismo no ha encontrado ahora los médicos que se responsabilicen en la cura del cáncer que hace metástasis en todos sus órganos: Wall Street, bancas, bolsas de valores en Estados Unidos, Europa y Asia.

Es una agonía, pero también, como en un parto, el anuncio del nacimiento de una nueva criatura: y de la comprensión del fenómeno, de la visión esperanzada, aunque cautelosa que se tenga de esta crisis y de las actitudes y medidas que se asuman, las naciones sobre todo las pequeñas y pobres como la nuestra, podremos advenir a una forma de vida más humana, más justa, más digna.

Es necesario que las mejores inteligencias, las que no fueron inficionadas por el virus de creer que habían muerto las ideologías, se dediquen a repensar ahora poniendo sobre el tapete todas las teorías, para construir una doctrina y una praxis que retome el ejemplo de los grandes profetas; para muchos de nosotros, Jesús, para los musulmanes, Mahoma, para otros, Buda, o quizás, mas cerca, Mahatma Gandhi, o mas próximos aún, los obispos Helder Cámara, y Romero o Martín Luther King. Todos ellos tienen un denominador común: El amor compartido.

Hay que colocar sobre la mesa a todos los pensadores racionalistas y democráticos desde el Renacimiento hasta el siglo XX, Martí, Lincoln, Bolívar, San Martín, Sarmiento, Hostos, Duarte, Freire, y junto a ellos, a todos los pensadores socialistas. Tengamos ante nuestra vista las corrientes renovadoras de la Iglesia Latinoamericana, desde el Concilio Vaticano II, las encíclicas, de contenido social, los documentos de Puebla, hasta la expresión radical de la Teología de la liberación.

Pongamos juntos a Keynes, a Alain Touraine, a Chomsky, a Stiglitz, quién nos honra en estos días con su visita al país; y aquí, en República Dominicana, a José Francisco Peña Gómez, que tuvo la terca lucidez de mantenerse fieramente en contra del neoliberalismo.

A este compendio de saberes retomados, los dominicanos pensantes sumaremos nuestra propia experiencia, la cadena opresora que se fue apretando hasta convertirnos en la nación que tiene el índice de mayor desigualdad en América Latina.

Aquí, y allá, en todos los pueblos donde deben tensarse las voluntades innovadoras para recrear un modelo societario y económico distinto, se necesita que una corriente poderosa barra primero metas banales, triviales preocupaciones y ocupaciones, estúpidos enfrentamientos y disputas. Sobre todo, hay que sacar de la mesa en que ensamblemos el nuevo modelo las pequeñitas ambiciones personales que son maquetas de convicciones neoliberales que no caben en un constructo de futuro. ¿Me oyeron, o mejor dicho, me leen, políticos dominicanos, empeñados en no mirar a su alrededor, cuando debemos ser sujetos situados en la inmensidad y gravedad de la crisis?

¿Lo entiendo y aplico yo misma, o me conformo con “conceptualizar” como lo hace el ciudadano Presidente de la República, sin que la conciencia nos conduzca a la acción, más responsable él que yo por el poder que detenta? Como dijo Martí, es cierto que ha llegado “la hora de los hornos”. Pero su fuego es tan alto, que achicharra con su fuerza las minúsculas galleticas de las propuestas vacías, su llama arde para que en ella se cueza un proyecto de nación y de vida distintos.

REPRODUCIDO DEL LISTIN DIARIO

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