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Por Edgar Borges
TOMADO DE Argenpresss
La fotografía es un reto a la memoria y a la imaginación. En cada fotografía se muestran y se esconden distintas historias. Se trata de un arte que nos invita a participar en la creación de relatos (con la ayuda de los recuerdos). Y esta magia interpretativa la ofrece por igual una imagen familiar, periodística o artística. No obstante, la posibilidad de que se produzca esa relación mística siempre dependerá del receptor. Si éste sólo se ocupa de ver y seguir, nada ocurrirá. En cambio, si el dueño de la mirada se detiene, ante la imagen, podrá formar parte de un poderoso mecanismo de lectura de vivencias. Y esto sólo lo hace posible un observador.
La fotografía capta, quizá con la certeza más perfecta que se conozca, un instante del tiempo. Luego, cada observador se perderá en un camino de preguntas. Durante ese proceso contemplativo, el involucrado armará uno o muchos relatos. Julio Cortázar comparaba la fotografía con el cuento cuando afirmaba que “el fotógrafo o el cuentista se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un acaecimiento que sean significativos, que no solamente valgan por sí mismos sino que sean capaces de actuar en el espectador o en el lector como una especie de apertura, de fermento que proyecta la inteligencia y la sensibilidad hacia algo que va mucho más allá de la anécdota visual o literaria contenidas en la foto o en el cuento.”
La fotografía, al igual que la literatura, nos exige tiempo para observar, tiempo para leer preguntas donde aparecen respuestas. Y tiempo es algo que la sociedad de la prisa nos impulsa a saltar. Pero la fotografía sigue captando pequeñas realidades. Y retándonos a construir tantas historias a partir de una imagen. Y leemos la historia de otro, que también es un poco la nuestra.
Cortázar explica el poder de la fotografía diciendo que “fotógrafos de la calidad de un Cartier-Bresson o de un Brassai definen su arte como una aparente paradoja: la de recortar un fragmento de la realidad, fijándole determinados límites, pero de manera tal que ese recorte actúe como una explosión que abre de par en par una realidad mucho más amplia, como una visión dinámica que trasciende espiritualmente el campo abarcado por la cámara.”
Una fotografía (y su lectura) puede contradecir un discurso. Por ejemplo, cuando la ministra de Exteriores hebrea, Tzipi Livni, contesta a quienes piden un alto al fuego (en la guerra contra Palestina) que “Israel ha actuado, actúa y actuará sólo de acuerdo a sus consideraciones, las necesidades de seguridad de sus ciudadanos y su derecho a la propia defensa”, en contrapeso me viene a la mente la fotografía de una niña palestina que lloraba desesperada. Observarla es enfrentarse a la perpetuidad del horror. Y resistirse. Seguro estoy que por siempre la imagen de esa niña (de ojos extraviados aterrados y boquita de espanto) me seguirá contando distintas historias de su holocausto infantil.
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