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sábado, 29 de noviembre de 2008

BOMBAY, LA CIUDAD DONDE SE INSTALO EL INFIERNO







Tras la alegría por el comunicado sobre la liberación del hotel, las lágrimas e histeria ante las rumores de que se habían encontrado al menos veinte cuerpos en una habitación. Luego la cifra subió a cuarenta, y finalmente la Policía la fijó en veinticuatro. Un martirio para gente como Benta que veía desfilar ante sus ojos a supervivientes del ataque, sin poder distinguir a su hermano entre ellos. De pronto, sirenas. Dos ambulancias se abren paso entre el hormiguero humano montado en la parte trasera del edificio para evacuar heridos. Confusión. Lágrimas. Empujones. “¿Por qué no hay una lista clara?”, “¿qué nos estáis ocultando?”, sube el volumen de los gritos en esta macabra espera que para algunos concluye con la desagradable noticia de que ese al que esperan, nunca saldrá por la puerta para recibir el abrazo con el que llevan soñando tres días.
“¡Es él, está vivo, está vivo!”, Benta rompe a llorar y empuja a las policías que discretamente han relevado a sus compañeros varones en aquellos tramos del pasillo humano que forman en los que la presencia femenina es mayoritaria. Como decenas habían hecho antes, los hermanos entran en el coche y se alejan rápido de este lugar que para muchos, ya será un punto maldito en el mapa de la ciudad.











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